Marcos 1:22
La autoridad con la que enseñabas venía del hecho de que vivías lo que predicabas.
Nada más y nada menos. Eso hacía que la gente se admirara de ver tanta integridad.
No era común encontrar gente consecuente en esa época; tampoco ahora.
Es tan fácil enseñar de la boca para afuera…
Para eso basta con aprender la frase correcta, la lección precisa, el principio adecuado, y repetirlo.
Pero si lo que se dice sale de lo que se acumuló en la mente es sólo letra. Tiene que bajar al corazón para hacerse vida. Tiene que actuar primero en mí para después ser efectivo en otros.
¿Cómo puedo enseñar de la oración si no oro?
¿Cómo puedo hablar de adoración si no adoro?
¿Cómo puedo mostrar en público lo que no fue antes procesado y madurado en lo secerto?
Pura teoría, letra muerta.
Vos hablabas y enseñabas con autoridad. Una autoridad basada en la vida, en la presencia y en la llenura del Espíritu; no en tu propia habilidad o conocimientos.
Necesito en mí la misma integridad que había en vos, esa misma riqueza genuina que viene de lo vivido, de la experiencia real de la comunión con el Padre.
Y como siempre, como en todas las cosas, es imposible lograrlo sola. No puedo hacerlo sin vos.
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