18 septiembre, 2008

Mientras te espero

Ester 2

Quiero estar preparada.

Quiero prepararme con mis mejores atavíos, ungüentos y aceites aromáticos para que todo mi ser exhale una exquisita fragancia.

Que tu Espíritu me enseñe todo lo necesario para agradarte, para hallar gracia a tus ojos, para que me ames y me hagas tu reina.

Que me enseñe a mantenerme en santidad y pureza para vos.

Ester ninguna cosa procuró sino lo que Hegai le dijo.

Que tu Espíritu me diga qué cosas debo procurar para presentarme ante vos, mi Rey.

Que no desee yo nada que desagrade a tus ojos y a tu corazón.

16 septiembre, 2008

Proceso


Te imagino inclinado sobre el leño rugoso,

tus manos arrancando la áspera corteza.

Tus manos trabajan, fuertes, firmes,

para sacar de lo tosco, armonía y belleza.


Te veo tallando la dura madera,

tus manos acariciando esa forma nueva.

Tus manos trabajan, delicadas, tiernas,

para pulir y dar brillo a lo que nada era.


Ese leño es mi vida, Señor...

¡trabaja sobre ella!

El proceso duele...

¡pero vale la pena!




13 septiembre, 2008

En reparación

Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro.
1º Juan 3:3


No es lindo verme confrontada con ciertas cosas.

Pero es importante dejar que esas cosas sean traídas a la superficie para poder reconocerlas y permitir que las trates.

Esas debilidades de carácter, ciertos pensamientos, algunas actitudes, amarguras viejas que nunca me tomé el trabajo de terminar de arrancar.

El proceso de purificar el corazón puede ser arduo, puede ser doloroso. Pero es necesario y es bueno. Tu intensión es trabajar sobre esas áreas, querés eliminar esas cosas que molestan para lo que deseás hacer.

Eso me demuestra que no has perdido las esperanzas conmigo, que aún no te das por vencido, que vas a acabar la obra que empezaste en mí.

Y muestra también mi debilidad, mi necesidad de vos, cuánto dependo de tu gracia y de tu misericordia para seguir adelante.

12 septiembre, 2008

De fuegos y paños frios...

Muchos dicen que éste ha sido unos de los peores incendios que hemos sufrido en nuestras sierras, hablan de 50 mil hectáreas quemadas. Kilómetros y kilómetros de llamas devorándolo todo y una lucha, desigual y agotadora, para todas las dotaciones de bomberos que convergieron en esos lugares tratando de apagar el fuego y evitar que llegara a los sitios habitados. Gente evacuada, daños, desolación, cansancio.
Pasaban los días y el infierno continuaba, el viento norte era contrario, el calor (un día superamos los 35º) y la sequía (también una de las más prolongadas que se recuerdan).




El jueves 4 de setiembre, como de costumbre, nos reunimos en casa y entre los motivos de oración para esa tarde, alguien mencionó los incendios y la necesidad de lluvia que contribuyera a apagarlos.
Eso hicimos, oramos pidiéndote lluvia, pero no cualquier lluvia. Dicen los que saben que cuando todo se quema de esa manera una lluvia torrencial es más perjudicial que beneficiosa. Es por eso que pedíamos por una lluvia mansa, suave pero persistente, que apagara el fuego pero que no trajera otro tipo de inconvenientes. Asi que, Señor, eso pedimos, lluvia mansa..., amén y cada una a casa.

Al día siguiente me levanté temprano y encendí el televisor para ver el noticiero de la mañana antes de salir a trabajar. En ese momento estaban dando la noticia. El corazón me empezó a latir aceleradamente... "Está nevando en las sierras, se apagan los últimos focos de incendio". No es fácil describir lo que sentí. Asombro (vaya, siempre orando con tan poca fe en tus respuestas) y alegría. Me dio mucha ternura ver a esos bomberos, que hasta unas pocas horas antes luchaban denodadamente contra esas lenguas inmensas de fuego, jugando como chicos en la nieve.


No pude mirar mucho más, ya era la hora de salir rápidamente para la oficina. Pero me fui contenta, me fui cantando por lo bajito "¡grande es tu fidelidad!" y dándote gracias por esa gran demostración de tu amor y tu cuidado. Por esa prueba concreta de que vos nunca llegás tarde (y que hacés llover sobre justos e injustos). Lástima que muchos no te lo reconozcan. Después de todo el servicio meteorológico anunciaba la posibilidad de lluvia. No me importa; te habíamos pedido una lluvia mansa... ¿hay algo más manso que la nieve cayendo? No me interesa qué opinen otros, tal vez me crean una ingenua..., pues bien, bendita ingenuidad que me lleva a darte gracias por haber desplegado tu maravilla en el momento justo, por venir como el padre desvelado que pone pañitos frios en la frente abrazada por la fiebre. En fin.... ¿qué más decir? Gracias.