12 septiembre, 2008

De fuegos y paños frios...

Muchos dicen que éste ha sido unos de los peores incendios que hemos sufrido en nuestras sierras, hablan de 50 mil hectáreas quemadas. Kilómetros y kilómetros de llamas devorándolo todo y una lucha, desigual y agotadora, para todas las dotaciones de bomberos que convergieron en esos lugares tratando de apagar el fuego y evitar que llegara a los sitios habitados. Gente evacuada, daños, desolación, cansancio.
Pasaban los días y el infierno continuaba, el viento norte era contrario, el calor (un día superamos los 35º) y la sequía (también una de las más prolongadas que se recuerdan).




El jueves 4 de setiembre, como de costumbre, nos reunimos en casa y entre los motivos de oración para esa tarde, alguien mencionó los incendios y la necesidad de lluvia que contribuyera a apagarlos.
Eso hicimos, oramos pidiéndote lluvia, pero no cualquier lluvia. Dicen los que saben que cuando todo se quema de esa manera una lluvia torrencial es más perjudicial que beneficiosa. Es por eso que pedíamos por una lluvia mansa, suave pero persistente, que apagara el fuego pero que no trajera otro tipo de inconvenientes. Asi que, Señor, eso pedimos, lluvia mansa..., amén y cada una a casa.

Al día siguiente me levanté temprano y encendí el televisor para ver el noticiero de la mañana antes de salir a trabajar. En ese momento estaban dando la noticia. El corazón me empezó a latir aceleradamente... "Está nevando en las sierras, se apagan los últimos focos de incendio". No es fácil describir lo que sentí. Asombro (vaya, siempre orando con tan poca fe en tus respuestas) y alegría. Me dio mucha ternura ver a esos bomberos, que hasta unas pocas horas antes luchaban denodadamente contra esas lenguas inmensas de fuego, jugando como chicos en la nieve.


No pude mirar mucho más, ya era la hora de salir rápidamente para la oficina. Pero me fui contenta, me fui cantando por lo bajito "¡grande es tu fidelidad!" y dándote gracias por esa gran demostración de tu amor y tu cuidado. Por esa prueba concreta de que vos nunca llegás tarde (y que hacés llover sobre justos e injustos). Lástima que muchos no te lo reconozcan. Después de todo el servicio meteorológico anunciaba la posibilidad de lluvia. No me importa; te habíamos pedido una lluvia mansa... ¿hay algo más manso que la nieve cayendo? No me interesa qué opinen otros, tal vez me crean una ingenua..., pues bien, bendita ingenuidad que me lleva a darte gracias por haber desplegado tu maravilla en el momento justo, por venir como el padre desvelado que pone pañitos frios en la frente abrazada por la fiebre. En fin.... ¿qué más decir? Gracias.

3 comentarios:

  1. Anónimo7:44 p. m.

    hola che como estas espero que bien yo aca recorriendo este exelente blog y deseandote la mejor de las suertes que sigas con el mismo trabajo y esfuerzo era eso nada mas ha y te espero en el mio chau suerte

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  2. Anónimo4:59 p. m.

    Porque cuando nadie lo espera, porque cuando nadie lo busca, porque cuando nadie lo llama, porque cuando nadie lo cree, porque cuando nadie lo siente, porque cuando nadie lo observa...ÉL, y bien saben quiés es ÉL,esta ahí para guiarnos. Gracias, alma anónima por notarlo y transmitirlo. Más que gratificante tu blog.

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  3. Gracias por tu visita y me alegro que te haya sido gratificante. Que el Señor te bendiga.

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