18 marzo, 2007

Velen y oren...

Videos que vale la pena ver...







El camino


Me mostraste el camino de la vida, y me llenarás de alegría con tu presencia. Hechos 2:28

Me mostraste el camino de la vida cuando estaba perdida e iba sin rumbo en medio de la oscuridad.Allí, al borde del precipicio, me encontraste y me llevaste a lugar seguro.Me pusiste sobre el camino de la vida, el que conduce al Padre.Y me salvaste, convenciste a mi corazón de la importancia de limpiarse de tanta basura acumulada.Me llevaste al arrepentimiento, a reconocer mi necesidad, a anhelar la presencia de quien, hasta hacía sólo unos momentos, no conocía.Pusiste tus manos sobre mis hombros cansados y me diste la vuelta para que viera la luz que brillaba a mis espaldas.Y cuando la ví la quise.Ya no pude volverme, ya no quise cerrar los ojos para no perder la maravilla.Me enamoré de la vida, me enamoré de vos; tu propio amor vino sobre mí, tu propia sangre me limpió total y completamente.Me mostraste el camino de la vida y me llenaste de alegría con tu presencia.



¿Te alegraste?


“Alégrense conmigo porque ya encontré la oveja que se me había perdido”.

Lucas 15:6

“... hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”.

Lucas 15:10

¿Te alegraste?

¿Te alegraste cuando me encontraste?

¿Tus ángeles hicieron fiesta por mí?

¿Me tomaste entre tus brazos cuando me viste cansada, herida, magullada, desesperadamente perdida?

Jesús, dulce y amado Jesús...

Yo merecía el castigo que sufriste por mí, pero no hiciste reproches.

Nunca pensé que alguien pudiera amarme así, sin embargo lo hiciste.

Me amaste aún cuando yo te ignoraba y hacía mi vida a mi manera; a mi torpe, necia y desastrosa manera.

Lo arruiné todo... ¿verdad?

Anduve tropezando de un lado a otro lastimándome, hiriéndome, incapaz de encontrar el camino.

Pero vos me encontraste, vos saliste en medio de la noche de mi desesperación a buscar entre los barrancos, hasta que escuchaste los quejidos al borde del precipicio.

No quiero pensar hacia dónde iba, no quiero pensar hasta dónde habría llegado, qué tan bajo podría haber caído, qué tan lastimada hubiera estado...

No quiero imaginarlo, sólo quiero derramar mi corazón en gratitud porque allí estuviste para impedirlo, para cargarme sobre tus hombros, para curar mis heridas con vino y suavizarlas con aceite. Cerca, muy cerca, para rescatarme de las ruinas de una vida vacía; llena de cosas pero vacía de vos.

Gracias. Infinitas y eternas gracias.

Yo también me alegro de que me hayas encontrado...

Estás aquí... conmigo

Casi al filo de la medianoche y aún despierta,

mientras afuera truena y se desploma

el cielo entre estallidos.

Desde algún rincón se aproxima

y se desliza en la isla desierta que es mi cama.

Ocupa cada pliegue,

cada centímetro helado de ausencias,

rozando apenas mis manos

inmóviles sobre las cobijas.

Poco a poco, alimentado de recuerdos,

el pasado toma forma, sustancia, cuerpo,

y me abruma…

Apenas puedo susurrar tu nombre,

No sé qué más decir… ¡te necesito!

Y aquí estás,

meciendo mi nostalgia entre tus brazos,

enjugando las lágrimas que se deslizan mudas,

sin un quejido;

acunando mi soledad, singular y única, ineludible.

Aquí estás, aquietando mis pensamientos,

cobijándome en tu seno, consolándome

hasta que el sueño llega

con su balsámica inconciencia.

Despierto y la noche ya se ha ido,

pero tu presencia sigue aquí.

Puedo sentirte, alerta, vigilante,

atento para acallar las voces que,

desde el pasado,

quieren impedir que disfrute el presente;

mi presente contigo,

nuevo y sorprendente.

Sigues aquí y es tan precioso

saber que no estoy sola,

no, nunca más sola…

(escrito algún día de 1993)

Alguien observador habrá notado que entre "Estás aquí... conmigo" y "Recuerdo" existe alguna relación. De hecho ambos comienzan igual y algunas partes se repiten. Pero hay una diferencia substancial entre uno y otro; y de esa diferencia habla "Primer paso". Poco tiempo después de aquella noche insomne de 1992 algo ocurrió en mi vida, algo trascendental. El Señor me hizo dar cuenta que no podía seguir asi, deprimida, desesperanzada, agobiada por una realidad que no sabía cómo enfrentar. Entonces lo hice, di ese primer paso de aferrarme a Jesús, de pedirle que me perdonara y me ayudara a continuar con mi vida. Jesús, el único capaz de rescatarme de la soledad y la tristeza. Él permanece aquí, siempre. Por eso..., no estoy sola, nunca más sola.

17 marzo, 2007

Primer paso

Junio.
Amanece lentamente entre los altos edificios que se proyectan hacia el cielo, oscuras moles que se recortan contra el firmamento apenas coloreado. Hace frío. El aire helado se cuela por las bocacalles remolineando en cada esquina. Unos pocos transeúntes se apresuran apretando sus abrigos, la cabeza gacha entre los hombros. La ciudad despierta perezosamente. De pronto, al cruzar una calle algo me hace detener. Recuerdos. Sin aviso una oleada de sentimientos me toma por asalto. Me quedo ahí parada, dudando... Pero aún es temprano, aún tengo un poco de tiempo, ¿por qué no entrar? Cruzo la alta reja negra y la maciza puerta magníficamente tallada. Abro lentamente la rechinante puerta más pequeña que encuentro después y, por fin, entro en la fría penumbra sólo interrumpida por unas pocas luces aquí y allá. Mis pasos resuenan multiplicados mil veces. Lentamente avanzo por un pasillo lateral hacia el frente y me siento en el largo y lustroso banco oscuro. Miro a mi alrededor. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? Casi cinco años...

Setiembre.
El sol cae a plomo en este mediodía de primavera anormalmente tórrida. El aire sofocante es como una masa de fuego que golpea inclemente quitando el aliento. Casi no queda nadie en la calle a estas horas. Mi hermana y yo volvemos desde el centro cargadas con varias bolsas con las compras para la semana. Avanzamos lentamente, charlando distraídamente, de todo un poco y de nada en especial. Al llegar cerca del templo comentamos algo sobre la arquitectura del mismo, los hermosos vitrales, el estilo... De pronto, al cruzar la calle algo me hace detener. ¿He escuchado bien? ¿Qué es lo que ella ha dicho?
- “Entremos” - me repite.
- “¿Cómo se te ocurre? ¡Es tarde, estoy cansada de tanto caminar y hace tanto calor...! Quiero llegar de una vez por todas a casa...” - protesto.
- “Por favor, sólo un ratito, entremos”- insiste.
Hay tanta urgencia en su voz, parece haber una necesidad tan grande en ella... ¿Qué le pasa? Hace tiempo que está así, tan rara, no lo entiendo... Al fin me decido...
-“Está bien, pero sólo un momento...”
Cruzamos la imponente reja negra y la alta y maciza puerta tallada. La puerta más pequeña que encontramos después rechina un poquito al abrirla. Al fin entramos en la fresca penumbra, apenas disipada por los rayos coloreados al pasar por los vitrales. Nuestros pasos resuenan en el silencioso pasillo lateral, multiplicándose mil veces. Avanzo lentamente siguiendo a mi hermana, observando todo con muda curiosidad, hasta que nos sentamos en un largo y lustroso banco oscuro. Miro a mi alrededor. Veo muchas imágenes que no alcanzo a identificar. Un poco más allá una cruz con Cristo agonizante. Pero la que más me atrae es la que está sobre el altar. Un espléndido trono con una figura de Cristo ataviado y coronado como un rey. La luz del sol que se cuela desde los múltiples ventanales se derrama cálidamente sobre la túnica y centellea sobre la magnífica corona enjoyada.
Miro a mi hermana sentada en silencio a mi lado. ¿En que estará pensando? Está tan rara... Y yo... ¿qué hago acá? Con todo lo que tengo para hacer, tantas cosas por resolver... ¡Qué tontería! Si yo nunca... ¿Por qué me siento tan inquieta? Este desasosiego, ¿por qué...? Tengo un nudo en la garganta, trato de tragar, de disolver eso que me aprieta y me aprieta hasta que parece que ya no podré respirar. Las lágrimas empiezan a escaparse, imposibles de detener. ¿Qué es lo que está pasando? Alzo los ojos y miro alrededor y es como si, de pronto, algo se rompiera muy adentro...
-“Jesús, si de veras existís, ayudame...”

Ha pasado el tiempo y todo lo que me rodea no ha cambiado. El mismo lugar, el mismo banco, la misma penumbra silenciosa. Pero ya no soy la misma. Atrás quedaron el dolor y el miedo, la soledad y la angustia. Atrás quedaron las preguntas sin respuesta, las dudas. En cambio estás vos Señor, aquí a mi lado desde entonces, desde siempre aún cuando no lo sabía. Ahora comprendo que no es en esas frías imágenes donde vos estás. Estás en mí, en mi corazón, y no puedo hacer otra cosa mas que darte gracias por haberte acercado a mi de esa manera. A pesar de mi ignorancia y mi indiferencia, estuviste dispuesto a atraerme con tus lazos de amor. Aún en medio de mis dudas y mi incredulidad fuiste capaz de escuchar ese clamor, inaudible para los hombres pero tan claro para vos, y allí estuviste. Poco a poco se fue haciendo el milagro, fue un proceso, es un proceso que aún continúa, constante. Trajiste una paz que nunca antes había conocido, una alegría que jamás había experimentado y la esperanza que ya había perdido. Diste un sentido, un propósito y una meta a mi vida antes vacía. Me diste fuerzas y aliento para seguir, a pesar de las dificultades y los problemas. Me diste tu amor... y lo seguís haciendo cada nuevo día. Gracias porque, por tu misericordia, aceptaste ese pedido de auxilio tan poco formal. Ni siquiera fue una oración, fue más bien como un grito, como el manotazo desesperado de quien siente que se cae y busca de donde agarrarse para salvar su vida. Pero fue suficiente para vos. Era la oportunidad que estabas esperando. Un resquicio en mi corazón de piedra, una grieta en la fortaleza, una fisura en el muro. Se derrumbaron las defensas. Y allí estuvo tu mano aferrando la mía. Allí estuviste Jesús, sacándome de entre las ruinas. (Junio de 1997)

El recuerdo

Es con la noche que aparece silencioso. Desde algún rincón se aproxima y se desliza en la isla desierta que es mi cama. Ocupa cada pliegue, cada centímetro helado de ausencias. Mece mi nostalgia entre brazos de bruma y enjuga las lágrimas que se deslizan mudas, sin un quejido. Acuna mi soledad singular y única, ineludible, hasta que el sueño llega con su balsámica inconciencia. Él permanece allí vigilante, guardián invisible de tantas horas estériles de insomnio y tantas otras de sueños agitados. Lo sé porque hoy, con las primeras luces, pude atrapar el instante en que el sol lo traspasa implacable y lo esfuma dejándome otra vez en el vacío. El vacío que no se va, que no se acaba, que, paradójicamente, lo alimenta. Sé que volverá. Volverá esta noche. Estará aquí cuando se hayan acabado las urgentes actividades de la jornada y las excusas. Cuando se agoten todas esas cosas con las que procuro ocupar las horas, cuando cruce otra vez este umbral y me enfrente de nuevo con el silencio, volverá. Es inevitable. Aún cuando he tratado de eludirlo, de ignorarlo o de aniquilarlo. Igual sobrevive. Sobrevive al dolor, al desengaño, a la furia. Sobrevive a los años y a las distancias. (escrito alguna noche de 1992)

Caminos


La arena se hunde a mi paso con un leve crujido mientras camino por la playa desierta. Las olas me rodean los pies extendiéndose como una alfombra húmeda y escurridiza. La brisa es tibia. En el horizonte apenas se distingue el límite del mar y el comienzo del cielo porque, en un punto la honda negrura se ilumina apenas con una multitud de estrellas. Entonces me detengo al borde del agua. Sólo se escucha el sonido del mar. De pronto, como surgiendo de la nada, la luna empieza a asomar a lo lejos, imponente, encendida. Uno podría pensar que, si presta suficiente atención, oiría el hervidero del agua en el punto donde surgió del abismo. Pero todo permanece inmutable, salvo el sendero de plata que se ha ido extendiendo hasta casi rozarme los pies. Parece invitarme. Parece decirme que caminar sobre su superficie es posible, que nuevos rumbos no son sólo un sueño.