17 marzo, 2007

Caminos


La arena se hunde a mi paso con un leve crujido mientras camino por la playa desierta. Las olas me rodean los pies extendiéndose como una alfombra húmeda y escurridiza. La brisa es tibia. En el horizonte apenas se distingue el límite del mar y el comienzo del cielo porque, en un punto la honda negrura se ilumina apenas con una multitud de estrellas. Entonces me detengo al borde del agua. Sólo se escucha el sonido del mar. De pronto, como surgiendo de la nada, la luna empieza a asomar a lo lejos, imponente, encendida. Uno podría pensar que, si presta suficiente atención, oiría el hervidero del agua en el punto donde surgió del abismo. Pero todo permanece inmutable, salvo el sendero de plata que se ha ido extendiendo hasta casi rozarme los pies. Parece invitarme. Parece decirme que caminar sobre su superficie es posible, que nuevos rumbos no son sólo un sueño.

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