“Muestra tus maravillosas misericordias, tú que salvas a los que se refugian a tu diestra...”
Salmos 17:7
¿Me salvarás?
¿Me salvarás de mi pereza, de mi tendencia a la depresión y al desánimo?
¿Me salvarás del temor, de la autocrítica destructiva, del perfeccionismo paralizante?
¿Me salvarás de mi temperamento, de mis ataques de furia y mis sentimientos de culpa?
¿Podrás hacerlo? ¿Podrás sacar algo bueno de aquí, aún a pesar de mí misma?
Para vos no hay nada imposible. Lo sé. Nada...
Nada se puede oponer a que se cumpla tu propósito, y vos tenés uno conmigo.
Empezaste la buena obra y la terminarás.
Estoy en camino, estoy siendo procesada y cambiada, modelada a tu imagen, poco a poco.
Sí, me salvarás.
Ya lo hiciste cuando te di lugar en mi corazón. Entonces comenzó el proceso, fuiste ganando terreno, enamorándome... Y ahora mi corazón te pertenece. Todas, todas las cosas viejas que me ataban pasaron, se fueron, no están más. Fueron hechas nuevas, por tu Espíritu.
Porque sólo tu poder puede impulsarme más allá de la flojera y el cansancio.
Sólo vos podés cambiar la depresión y el desánimo en esperanza y fe.
Solamente vos, el perfecto amor, podés erradicar para siempre el temor.
Únicamente vos podés enseñarme a verme a través de tus ojos, a través de tu sangre.
Sólo vos podés lograr que me reconozca con el valor que me otorgaste cuando diste tu vida por mí.
Nadie más que vos puede equilibrar mis emociones, fortalecer mis debilidades y suavizar mis asperezas.
Solamente vos podés perdonarme y hacer que reconozca ese perdón...
Y que perdone...
Y que me perdone.
Si, vos me salvarás..., me salvaste..., me salvás... Cada día...
Mi Salvador.
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