“Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo”. Isaías 41:13
Viví una vida mediocre y chata durante treinta y dos años, de espaldas a vos, ignorante de tu existencia y de tu presencia; buscando mi propio camino y errando la senda una y otra vez. Fracasada, vacía, llena de dolor, destruida, acabada, sin esperanza, sin rumbo, sin deseos ni fuerza para seguir.
Aún así, en medio de la desesperación absoluta y el sin sentido, te acercaste, me buscaste, me amaste y me rescataste; pagaste un precio de sangre por mi vida, me limpiaste, me sanaste, me redimiste, me mostraste mi verdadero valor, mi importancia, mi potencial; me rodeaste, me protegiste, me sostuviste, me cobijaste en tus brazos, me acunaste, me alentaste, me enseñaste, me pusiste de pie, levantaste mi cabeza y me escogiste, me llamaste, me ungiste, me honraste y me encomendaste una misión.
Tu misericordia y tu gracia, y no mis propios méritos, lo hicieron posible. Y aún hoy vos, autor y consumador de mi fe, perfeccionás tu poder en mi debilidad; porque cuándo digo ser débil, vos te hacés fuerte en mi. Cuando digo que no puedo, vos me fortalecés. Cuando digo que no sé, vos me conducís a todo conocimiento y verdad. Cuando digo que no tengo, vos suplís conforme a tus incontables riquezas.
Tu amor no ha cambiado. Voy a ser valiente. Vos estás conmigo.
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