07 febrero, 2008

Luz

“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad”

Juan 8:12

Vos sos la luz de mi vida, la claridad que disipa la oscuridad del camino.

Vos sos mi guía y mi sustentador, el que me conduce por el rumbo correcto, por el camino que lleva directamente a tu presencia.

Las dudas, la ansiedad, el temor son como densos nubarrones que ocultan el camino, lo confunden, nublan la visión, detienen.

Pero tu presencia es el viento que sopla y barre esas nubes, esfuma esa oscuridad para que pueda ver la luz que señala claramente la dirección a seguir.

Si miro hacia delante solo parece haber signos de interrogación. Nada parece estar definido.

Al menos eso es lo que mis ojos ven, mis ojos naturales.

Pero tu presencia trae claridad sobre el hecho de que, para vos, no hay incertidumbres, no hay indefiniciones.

Hay un propósito que va a cumplirse y puedo descansar en que vos sabés exactamente cómo.

Por años me acostumbré a relativas “seguridades”, pero esas “seguridades” eran las que me mantenían en cautiverio.

Ahora voy por el desierto y no sé para qué lado queda mi tierra prometida. A menos que fije mi mirada en la columna de fuego que va mostrándome la ruta.

Conducí mi vida hasta la tierra de la promesa que es mi heredad.

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