13 marzo, 2009

Extraño los pájaros


En el patio de mi casa había un laurel habitado por pájaros. Todas las mañanas, cuando el alba apenas coloreaba el horizonte, empezaban a cantar. Yo, desde mi habitación todavía en penumbras, los escuchaba. Quieta en la cama me dejaba rodear e inundar por sus trinos, tal vez intentando comprender el lenguaje de sus alabanzas matutinas. Más de una vez me despertaban, incluso antes que el inclemente y antipático tronar del despertador. Y, sin ninguna duda, de una manera mucho más dulce y apacible.
Sucede que el laurel comenzó a secarse. Ya el año pasado una tormenta desgajó una rama y empezamos a pensar en la necesidad de sacarlo. Finalmente, no hace mucho, una lluvia bastante torrencial socavó el terreno y se hizo un hueco importante en el lugar donde estaba arraigado.
No hubo más remedio que llamar a un hombre que, hacha en mano, se encargó de derribar a nuestro laurel. Tenía las raíces muy arruinadas. Lamentablemente su caída sólo era cuestión de tiempo.
Ahora, no sólo hay un espacio vacío dónde antes se erguía el árbol; sino también en mis amaneceres. Cada mañana, cuando abro los ojos y veo la claridad incipiente, sólo hay silencio...

5 comentarios:

  1. Anónimo5:27 p. m.

    Patricia, es imposible no dejar salir una lagrima al final del texto.
    La sensacion de ausencia es bien real.
    Un abrazo!.

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  2. Hola Brisa, la verdad es que sí, así lo siento, como una ausencia muy real. Gracias por estar cerca. ¡Abrazo!

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  3. Se fueron los dulces pajaritos suavemente mariachis y llegó un monstruo de cuatro patas, que no entona para nada.
    Pero del patio se han ido y han venido muchos seres... lo que nunca faltó en el patio fue amor.
    Beso, nel.

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  4. Cuando iba a mi trabajo, cada mañana, el lugar donde estaba, era frente a un hermoso parque lleno de arboles, muchas veces me quedé un momento más ahi, solamente para escuchar los pájaros trinar. Diferentes aves, diferentes trinos, llegaba a mi asiento en la oficina extasiada de felicidad, era como que ellos me contagiaban su gratitud de estar vivos un día más. Ya no trabajo frente a aquel lugar, pero estoy segura que aunque yo ya no escuche sus trinos, ellos aún permanecen ahí para deleite de los que transitan ese lugar.
    Dos historias similares y a la vez distintas.
    Bello tu relato, me hizo recordar esos momentos que yo tambien disfruté de los trinos mañaneros.
    Vuelve a plantar otro arbol, quizá en poco tiempo los pájaros vuelvan a tu ventana.
    Un abrazo, Bendiciones

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  5. ¡Ay,Patricia! Es casi, casi como perder a un gran amigo. Entiendo. Aunque nunca será ese laurel, pero, bueno, hay que intentar otro arbolito o uno semejante.
    Besitos.

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