24 enero, 2008

Año Nuevo

“... yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”

Mateo 28:20


Vos no dijiste que estarías conmigo cuando tuvieras tiempo, cuando hubiese un espacio en tu agenda, al terminar con las tareas más urgentes, al final del día, cinco minutos antes de ir a dormir.

No.

Vos dijiste: “todos los días”. Todos.

Veinticuatro horas sobre veinticuatro.

Los doce meses del año. Año tras año. Siempre.

Estuviste conmigo desde que sólo era una célula en el vientre.

Estuviste cuando recién empezaba a caminar, a correr, a hablar. En cada etapa de mi infancia y en la locura de la adolescencia.

Estuviste en la juventud, estás hoy en la madurez y estarás cuando ya arrastre los pies, caminando lentamente, adecuando tus pasos a los míos. Estarás hasta el fin.

Estás aquí ahora mismo. Conmigo.

Si tan solo fuera capaz de recordar esto cuando me asaltan sentimientos de soledad o incertidumbre sobre el futuro...

¡Tantas veces se me olvida que estás a la distancia de una oración! Una oración tan corta como pronunciar tu nombre...

Estás aquí, sentado al lado mío. Sólo tengo que extender el brazo y tocarte el hombro, apenas, para llamar tu atención...

Eso basta para que vuelvas tus ojos y me mires.

Y tu sola mirada es suficiente para que mi corazón se derrita de amor.

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