Un número rojo en el calendario, cuatro días para evadirse de las cotidianas obligaciones y presiones de la vida. Relajarse, no pensar, descansar...
Una buena excusa para el turismo, buena época, clima agradable. Multitudes hormiguean en las terminales de todos los medios de transporte, gente que va y viene. Lindas mini vacaciones...
Una excelente ocasión para mostrarse piadoso, tal vez la única en el año. Un poco de vida religiosa, algún vago recuerdo del significado real. Guardar las apariencias, cumplir el rito y adiós... hasta el año que viene.
Un agradable momento de camaradería en la oficina. Ese compañero que casi ni nos dirige la palabra de pronto aparece deseándonos “felices pascuas”. Gracias. Tal vez el lunes nuevamente ni nos salude. Pero así es esto del “espíritu de las fiestas”.
Un despliegue colorido de huevos decorados y conejos importados de quien sabe qué tradición. Dulces y codiciados golosamente por grandes y chicos, nadie sabe qué significan, pero son tan ricos...
El mundo sigue girando inmutable, ajeno a todo, arrastrando a todos en su derrotero. La música sigue atronando desde todos los parlantes, las noticias nos siguen mostrando las mismas imágenes de todos los días. Violencia aquí y allá, una secta de locos que se suicida para irse con los ovnis, el accidente nuestro de cada día, las denuncias y contradenuncias de la corrupción. Las imágenes se suceden a un ritmo enloquecedor, es como si quisieran contagiar ese ritmo, esa febril agitación a todo el mundo. Rápido, rápido, rápido... no vaya a ser que entre un segundo y otro quede alguna fracción que nos permita pensar... recordar...
¿Quién recuerda hoy al hombre de la cruz? ¿Quién recuerda lo que ha hecho?
Muchos recordamos, muchos elegimos detenernos y apartarnos de este enloquecido mundo que vivimos para recordar...
Recordar el huerto, las gotas de sangre en sus sienes, la oración agonizante y la decisión. Podría haberse negado. Pero no lo hizo. Eligió ser obediente y obediente hasta la muerte. Por nosotros...
Recordar cómo lo traicionaron, cómo aquel que se sentó a su mesa lo entregó con un beso, cómo aquellos que lo seguían desaparecieron de su lado y alguno lo negó...
Recordar los insultos y las afrentas que recibió inmerecidamente. Los azotes, el escarnio, la vergüenza, el dolor. No eran para él, no debieron caer sobre sus espaldas pero allí fue donde los soportó...
Recordar que murió, con los brazos abiertos, la muerte más horrible, la más vergonzosa, cargando sobre él todo el pecado, la inmundicia, la maldad...
Recordar que aún sin merecerlo recibió el castigo, pagó el precio, saldó la deuda...
Recordar que resucitó, que está vivo, hoy, ya, ahora, real, actual, eterno...
Cuando él oró por los que habrían de creer también los tenía en mente a los que hoy ni se enteran de que este no es sólo un fin de semana largo más, ideal para el turismo. Pensaba en esos que cumplen con el ritual que les marca la tradición, pero vacío de significado. Veía a ese compañero de oficina antipático que ni siquiera se digna saludarnos. Pensaba en esos que se ensordecen con la música para no pensar en el vacío que los aturde por dentro. En esos que hoy apelan a la violencia, encendidos de odio, por ideales que al fin de cuentas no llenarán nunca el vacío del corazón... Pensaba en los engañados, en los aprisionados por la mentira, quitándose la vida por una quimera de ciencia ficción. Pensaba en ellos también cuando consumaba el sacrificio.
Depende de nosotros. De los que recordamos. Él nos encargó la misión. Es nuestra responsabilidad que la noticia se sepa, que el olvidadizo recuerde, que el mundo se entere... Es nuestra tarea, ser luz y ser sal, para que cada año sean más los que se sumen para adorarle.
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