Un día más, y la misma rutina.
Me levanto temprano porque
tengo que pasar por el banco antes de ir a la oficina.
Mientras desayuno prendo
la radio, ya están hablando de que hoy es un día especial...
Me pone de mal humor, los últimos quince días no se escucha otra cosa
tanto en la radio como en la televisión.
Puro negocio -digo; apago la radio y me voy.
Termino rápido el trámite en el banco, es que en febrero
muchos están de vacaciones y no hay tanta gente. Salgo, compro algo para el
almuerzo en un quiosco y en la esquina consigo un taxi.
Subo y le indico la dirección. El chofer tiene prendida la
radio…
Y dale con el tema -pienso con fastidio.
Busco los auriculares del celular en la cartera para
escuchar música y trato de pensar en otra cosa.
El chofer toma por Santa Rosa. La música me tranquiliza, al
menos logra hacer desaparecer el mal humor inicial; aunque persiste una ligera
tristeza…
Es una mañana calurosa y el auto no tiene aire acondicionado
así que abro la ventanilla y dejo que el
aire me golpee en la cara. Doblamos por La Cañada y avanzamos despacio a causa
del tráfico.
En una esquina nos detiene el semáforo, afuera no corre ni
siquiera una brisa, los árboles quietos brindan al menos un poco de sombra.
De pronto, por el rabillo del ojo, veo algo que va descendiendo
en un perezoso vaivén. Me sobresalto al notar que entra por la ventanilla y cae
en mi regazo.
Miro y ahí está, pequeña y rosada.
Una flor.
Es San Valentín, y él acaba de recordarme cuánto me ama.